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La familia es una inversión rentable

La familia es esencial en la prosperidad económica de Colombia y los países de la región. Es una de las palancas financieras más importantes a la hora de pensar en desarrollo personal. ¿Por qué?

Los economistas solemos medir el bienestar de una sociedad a partir de los ingresos de las personas que la componen. Este enfoque subestima la calidad de vida en lugares donde una fracción importante de los bienes y servicios a los que acceden las personas se proveen fuera del mercado; a través de la familia, por ejemplo. Esto es particularmente relevante para Latinoamérica.


La familia es esencial en la prosperidad económica en nuestra región. Empecemos reconociendo que la familia suele operar como palanca financiera primaria y prestador de última instancia. Así, además de ser quienes suelen ofrecer ayuda financiera en momentos de crisis, los familiares son también los primeros inversionistas de la inmensa mayoría de emprendimientos en la región.


En Latinoamérica, tradicionalmente, la familia también ofrece acceso a lo que, en otras partes del mundo, es el mayor rubro en el presupuesto de una persona de clase media: la vivienda. En nuestros países, los hijos suelen vivir con sus padres bastante luego de lograr independencia económica, y aquella vivienda tiende a estar siempre disponible para los hijos ya emancipados y sus hogares durante crisis económicas. De forma similar, es común que los padres vuelvan a vivir con sus hijos al llegar a la vejez. Con esto es claro, además, otro de los grandes servicios que ofrece la familia: el cuidado. Los jóvenes cuidan de los adultos mayores, quienes, a su vez, también contribuyen con el cuidado de bebés y niños pequeños.


En la región, sin embargo, la fortaleza de la familia se ha ido desmoronando y su capacidad para ofrecer aquel tipo de servicios se reduce rápida y sostenidamente. Existen muchas formas de identificarlo, quizá la más sencilla es reconocer que cada vez las parejas tienen menos hijos, haciéndose las familias más pequeñas. En un país como Colombia, por ejemplo, el hogar promedio estaba compuesto de más de 6 personas en los 60s. Hoy, esa cifra es inferior a 3.5. En este mismo periodo, los hogares unifamiliares y las parejas sin hijos se han duplicado; siendo más del 20% de todos los hogares colombianos hoy. Las cifras para el resto de Latinoamérica son similares. Así, en nuestros países, cada vez más personas llegan a etapas más avanzadas de sus vidas gozando de un menor número de familiares alrededor.


Esto no es un fenómeno extraño, es típico de los procesos de modernización y ha sucedido en otras partes del mundo antes. Las sociedades se han adaptado. En EE. UU., por ejemplo, el mercado es el principal proveedor de crédito, aseguramiento, y cuidado. Son las instituciones financieras las mayores fondeadoras de emprendimientos; las aseguradoras, las proveedoras de ayuda ante choques negativos; y las guarderías, hospitales, y casas de retiro, las encargadas de cuidar a los pequeños y viejos. En Europa Occidental, principalmente en el norte, donde la familia tradicional se comenzó a deteriorar desde mediados del siglo XIX, es el Estado el que ha asumido la provisión de buena parte de estos servicios a través de pensiones públicas, seguros de desempleo, y oferta pública de cuidado.


A pesar de esto, yo tengo serias dudas de que los mercados o el Estado sean instituciones que remplacen efectivamente a la familia como soporte económico. El alto riesgo de indigencia en EE. UU. es una clara señal de esto. Para que tengan una idea de los órdenes de magnitud, cerca de 80 de cada 10.000 habitantes en San Francisco vive en la calle, esto es 10 veces la cifra de una ciudad como Bogotá. Muchos de estos habitantes de calle son personas que ante un revés económico no tuvieron una red de apoyo que pudiera ofrecerles vivienda; y en ausencia de vivienda, su situación económica entró en una espiral de progresivo deterioro.


Señales similares se pueden observar en la crisis de soledad de Europa, donde cerca de 13% de la población reporta haberse sentido permanentemente sola en las últimas cuatro semanas. Según un reporte de la Comisión Europea, la población con mayor prevalencia de soledad son ancianos sin hijos, con problemas de salud, y que no tienen pareja.


Aquí podríamos tener toda una reflexión empírica, pero no creo que haga falta. Cualquiera que haya padecido un quebranto de salud prolongado sabe que nada sustituye el cuidado de una familia que lo quiere a uno. El involucramiento emocional de los familiares les ofrece una motivación interna para procurar que uno esté lo mejor posible. Además, la interacción repetida que se tiene con ellos garantiza que puedan esperar un trato recíproco en el futuro de parte de uno. Es decir, no solo es que quieran hacer lo mejor por uno, sino que tienen incentivos para hacerlo. Esto contrasta con la disponibilidad e incentivos de quienes cuidan desde el mercado y el Estado. Estos, saben que la probabilidad de estar del otro lado de la relación en una nueva interacción con uno es minúscula y tienen como principal motivación una remuneración monetaria que suele estar bastante desconectada de su desempeño cuidándolo a uno.


Espero que noten que en ninguno de estos mecanismos lo relevante de la familia está relacionado con la composición de género de las parejas de los hogares. Una familia con parejas del mismo sexo, o donde solo hay un padre, deberían jugar el mismo rol que familias “de toda la vida” con papá y mamá. Lo importante es el número de miembros, la fortaleza de los vínculos entre ellos, y su traslapamiento generacional. Mejor dicho, lo importante es que las personas tengan una red extensa y robusta a lo largo de su vida, y aunque la Humanidad no ha creado una mejor solución a esto que la familia tradicional, variaciones alrededor de ella pueden ser similarmente exitosas.


En nuestras manos está detener el declive de esta valiosa institución, pero hacerlo de forma efectiva exige abandonar los argumentos religiosos y moralistas. Tenemos que entender que el mundo moderno está dominado por lógicas individualistas, y la familia tiene con qué competir en ese mundo. La familia tiene una gran utilidad práctica y reconocer la rentabilidad individual de invertir en ella debe ser el primer paso para promoverla.


Por: Javier Mejía Cubillos**El autor es Asociado Postdoctoral en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Stanford. Ph.D. en Economía de la Universidad de Los Andes. Ha sido investigador y profesor de la Universidad de Nueva York–Abu Dhabi e investigador visitante de la Universidad de Burdeos.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes Colombia.




Fuente: FORBES COLOMBIA

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