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Líderes que no forman líderes

Las instituciones modernas enfrentan presiones desde la base organizacional que mantiene expectativas de crecimiento y aspiración profesional, hasta la necesidad de formar directivos empáticos pero eficientes, que descarten el exceso de burocracia y cuiden el conocimiento técnico. La pregunta ya no es si necesitamos más líderes, sino qué tipo de liderazgo requieren las organizaciones. En un contexto de banalización de los valores y las tradiciones, se precisa la urgente necesidad de formar liderazgos capaces de inspirar, movilizar y transformar, no simplemente administrar.

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César Mauricio Rodríguez ZárateTeniente coronel (RP) PhD. Research Associate Leiden University

El profesor John P. Kotter, de la Escuela de Negocios de Harvard y uno de los autores contemporáneos más sólidos en liderazgo, advierte que liderar es muy diferente a gestionar. Mientras el management garantiza eficiencia y resultados, el liderazgo crea visión, impulsa el cambio y desarrolla a las personas. Y es justamente esa dimensión -la de movilizar emociones, talento y propósito- la que más escasea en los entornos organizacionales modernos. Buena parte de los directivos han sido formados para ejecutar y cumplir normas, procesos y procedimientos, pero no para desarrollar el talento, construir cultura o inspirar compromiso colectivo, es decir, no forman nuevos líderes. Es común ver jefes que se limitan a exigir resultados sin cultivar a sus equipos, sin enseñar a pensar estratégicamente, ni a gestionar diferentes y permanentes crisis, mucho menos a dejar una huella formativa o legado.

Un verdadero liderazgo debe tener una vocación clara: que las personas crezcan. Que quienes integran una organización sean mejores profesionales, buenos ciudadanos y excelentes padres de familia. Ese es el liderazgo que trasciende, el que deja herencia institucional o en el hogar. Cuando un líder no forma a otros, se pierde continuidad. En lo privado el costo se mide en pérdidas económicas y de productividad, pero en lo público es mucho más grave, se enquista la burocracia, la indiferencia y la corrupción. Cuando un directivo comprende que su rol principal es multiplicar liderazgos, cada persona bajo su orientación se convierte en un agente de transformación.

Mi experiencia particular en responsabilidades muy sensibles, no por la cantidad de personas bajo cargo, sino por el alcance de las decisiones a tomar, especialmente en temas complejos de seguridad, me dejó lecciones desde el liderazgo trascendente para comprender que es desde las virtudes que se comprende la realidad de los inmediatos colaboradores y donde se alinean sus expectativas con las de la organización, para multiplicar esfuerzos, alineándose en objetivos comunes. Así todos crecen y todos ganan.

Hago una propuesta sobre tres acciones estratégicas. Primero, humanizar la acción profesional. Que servir no sea un propósito filantrópico ni idealista, sino que sea parte fundamental y haga sentido para contribuir al crecimiento de los inmediatos colaboradores y de quienes se benefician con nuestro trabajo: clientes, ciudadanía, vecinos y hasta nuestros hijos.

Segundo, construir equipos, no jerarquías rígidas. Kotter insiste en reemplazar estructuras verticales por redes colaborativas que permitan innovar. Colombia necesita instituciones que empoderen, no que asfixien con exceso de procedimientos, perfectas en el papel, pero absolutamente imprácticas. Rigurosidades que finalmente incuban miedo a proponer e incluso al error, cohibiendo la innovación y las mentes disruptivas de la organización.

Finalmente, convertir el liderazgo en un eje transversal de formación para todos los profesionales. No bastan talleres ocasionales, se requiere formar líderes con inteligencia emocional, sentido ético y empatía, que piensen a largo plazo, que siembren y formen sucesores, que entiendan que liderar es servir. Ningún plan estratégico o política prosperará sin líderes preparados para convocar, inspirar y sostener procesos de cambio. Los mejores líderes que conocí en años de servicio público no se definían por sus estrellas o cargos, sino por la cantidad de personas que ayudaron a crecer bajo su dirección, a ser felices y a convertirse en nuevos motores de transformación en sus equipos y en sus familias.

El liderazgo transformador no surge espontáneamente; se forma, se cultiva y se vive con ejemplo cotidiano. Si queremos empresas e instituciones éticas y cercanas, el primer paso es formar líderes que tengan carácter, propósito y capacidad de transformar personas y organizaciones, porque cuando se forma a un líder, se transforma una institución y cuando se transforma una institución, se fortalece la nación. Fuente: LA REPÚBLICA https://www.larepublica.co/analisis/cesar-mauricio-rodriguez-zarate-3545376/lideres-que-no-forman-lideres-4258285

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